La nieve se derramaba sobre nosotros
en olas enormes, fosforescentes,
desde la luz caída del norte.
No conocíamos la diferencia entre uno y dos,
hijos de Dios, agarrándose desamparados
de la mano. Tiernos y desnudos,
con los sexos resplandecientes a la sombra del puente.
En la pasarela metálica, cara a cara,
he pronunciado tu nombre, después, la declaración.
Con la respiración encendida, de hielo,
hemos interpretado ambos, en un
extraño dueto de los cuerpos, la invocación-
y el juego ha empezado en las nieves espesas.
El universo ha detenido su camino,
el aire fue rasgado en largos jirones
de tibia seda,
las aguas se han separado-
ha surgido la senda herbácea
donde aún nadie había trampeado.
Liviu Antonesei