He venido a ver a aquel tú al que no puede herir ningún arma ni quemar ningún fuego.
Habló en sánscrito:
- Na hanyate hanymane sharire (no muere cuando muere el cuerpo).
- Bueno, ¿entonces qué? He venido a ver a ese tu que no tiene principio, mitad o fin. Créeme, si me miras, en un instante te haré regresar cuarenta años atrás, al lugar exacto donde nos vimos por primera vez.
Mircea levantó el rostro. Tenía los ojos nublados. Oh no, mis peores temores son ciertos, sus ojos se han convertido en piedra. Nunca volverá a verme. ¿Qué debo hacer? No podré iluminar sus ojos, no llevo un quinqué en la mano; después de recorrer toda esta distancia, ¿quién sabe cuando se secó el aceite de la lámpara y el cirio se quemó del todo? El temor me cambió - ya no era Amrita. Me convertí en una mera mortal y pensé como él: ¡cuarenta años, cuarenta años! Es ciertamente demasiado tarde. Me di la vuelta. Tenía que llegar hasta la puerta, mover esa manecilla de latón y abrir la puerta; luego saldría a la calle y caminaría hasta donde estaba Shirley. Desde las profundidades de mi ser exhalé un suspiro que se arremolinó en la estancia. Caminaba hacia la puerta, franqueando los pequeños montículos de libros, cuando oí la voz de Mircea:
- Amrita, espera un poco. ¿Por qué te desmoronas ahora cuando has sido tan valiente durante tantos años? Te prometo que iré a buscarte y allí, en las orillas del Ganges, te mostraré mi verdadero ser.
No soy pesimista. En el interior de mi corazón roto agonizaba un diminuto pájaro de esperanza, pero nada más llegarme las palabras de Mircea revivió y se convirtió en un fénix. ¿Ha visto alguien un fénix? Es idéntico al albatros. El enorme pájaro batió sus poderosas alas. De repente me agarró y comenzamos a encumbrarnos más y más a la vez que el techo del estudio de Mircea se abría como una caja de Pandora y las paredes desaparecían. Los libros pétreos se convirtieron en ondas; oí el murmullo del agua.
Sobrevolando el lago Michigan de un continente desconocido aquel gran pájaro, construido con la ilusión de la esperanza me susurró al oído:
- No te desanimes, Amrita, pondrás luz en sus ojos.
- ¿Cuándo?- pregunté ansiosa.
- Cuando te reúnas con él en la Via Láctea; ese día no queda ya muy lejos - replicó".